jueves, 7 de febrero de 2008

Capitulo XII. De lo que me pasó en BAires en tercera persona

El taxi se deslizaba a velocidad media. Sus ocupantes eran el conductor de los viernes que el dueño del automóvil tenía contratado, un joven estudiante colombiano y dos argentinos de edad similar que iban en la parte trasera.

Entre chistes nacionalistas o xenofóbicos transcurrían los minutos. Era la calle Boedo en el cruce con Moreno. Día lluvioso más no frío, con esa lluviecita cansona de Buenos Aires a mediados de Otoño.

La luz que llegaba desde el cielo a duras penas iluminaba los restos de día que deambulaban sueltos por ahí. Los negocios del barrio, cafés, farmacias, tiendas femeninas y de variedades pululaban de clientes que se guarecían de la molesta lluvia.

El taxi, un auto no muy viejo, no muy nuevo, aceleró cerca al cruce de San Juan. El conductor parecía apuradísimo aún cuando los pasajeros en ningún momento lo acosaban. Las luces de la tarde empezaban a encenderse en las lámparas públicas. La lluvia amainaba poco a poco.

Ni el taxista ni los chicos vieron el colectivo de la ruta 126 de servicio público que bajaba a alta velocidad por San Juan. El taxi recorrió unos treinta metros más después del golpe, impulsado por el impacto.

En el momento del arribo de las ambulancias al lugar del accidente uno de los chicos argentinos había podido salir de los hierros retorcidos del taxi ileso y luchaba por ayudar a los otros tres a salir. El colombiano estaba inconciente.

Cuando Cesar -el colombiano- despertó, estaba en una camilla del Centro de Atención Intermedia del barrio Boedo, muy adormecido aún por el golpe y los analgésicos que a bien tuvo la enfermera en ponerle para cuando despertase. Habían pasado ya unas cuatro horas.

Resultado: Pierna derecha fracturada. Contusión no muy severa en el cráneo, pero que requeriría un par de semanas de observación (ese misterio con el monitoreo constante de su golpe en la cabeza confundió y asustó a Cesar, y lo tuvo bastante estresado un buen tiempo). Muñeca izquierda con múltiples contusiones de orden menor (nadie se explica por qué la izquierda y no la derecha si el golpe llegó por ese lado).

La enfermera Fiorella pareció extrañamente atraída por el malogrado Cesar. Este no opuso demasiada resistencia a sus embates de deseo. Para cuando Cesar abandonó el hospital y volvió a Colombia, Fiorella lloró un poco a solas, pero salió de nuevo al mundo después de unas buenas dosis de diacepan.

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