lunes, 11 de febrero de 2008

Capitulo XVI. De lo que no hice por (el) accidente

¿Qué iba a hacer al barrio de Boedo el día del accidente? Nada realmente importante, pero lo cuento nada más porque por el accidente quedó truncada la traída a Colombia de un regalo importante en la vida de uno de mis mejores amigos.

Sur es un tango, tan conocido como muchos otros pero nunca con las connotaciones de Cambalache o El día que me quieras. Solo hasta mi llegada a Buenos Aires me enteré de lo inmensamente repetitivo que es el hecho de que a alguien le guste ese tango. Nunca se entera uno de eso cuando se esta lejos del puerto y, de cualquier forma, es el tango favorito de mi amigo Luis, y no hay como cambiar eso.

Un día, después de una de esas amenísimas conversaciones literario-musicales con Edgardo Lois en su departamento de Independencia al tres-mil-algo, tomando café y morfando pepas con mermelada de membrillo a la sombra de Tom Waits, salí a darme una vuelta por el barrio de los fantasmas del arte porteño.

Boedo tiene dentro de sí un extraño encanto. No hay parques, no hay atractivos arquitectónicos que no encontrés con mayor claridad en Palermo o en Recoleta. Pero cuando entrás a un café como el Margot, por ejemplo, sentís que el azar puede ponerte en cualquier momento frene a un fantasma como el de Pichuco o, por qué no, el mismísimo Homero Manzzi.

Homero vivió y creció cerca de Aníbal Troilo, Pichuco para sus amigos, en el ambiente tanguero de los años treinta y cuarenta. Cerca del año 1945 se enteró de la cercanía de su inevitable final a manos de un cáncer. Nace la letra de Sur con todo el dolor y la nostalgia, con toda la tristeza que se puede humanamente poner en algo tan triste de por sí como el tango, y es su amigo Pichuco quien lo musicaliza. Años después muere Manzzi y el círculo se cierra.

SUR

San Juan y Boedo antiguo, y todo el cielo,

Pompeya más allá La Inundación,

tu melena de novia en el recuerdo

y tu rostro flotando en el adiós

La esquina del herrero, barrio y pampa,

tu casa, tu vereda y el zanjón

y un perfume de yuyos y de alfalfa

que me llena de nuevo el corazón.

Sur, paredón y después…

Sur, una luz de almacén…

Ya nunca me verás como me vieras

recostado en la vidriera y esperándote.

Ya nunca alumbraré con las estrellas

nuestras marchas sin querellas

por las noches de Pompeya,

las calles y las lunas suburbanas,

y mi amor en tu ventana,

todo a muerto, ya lo sé.

San Juan y Boedo antiguo, cielo perdido

Pompeya y al llegar al terraplén,

tus veinte años temblando de cariño

bajo el beso que entonces te robé.

Nostalgia de las cosas que han pasado,

arena que la vida se llevó,

pesadumbre del barrio que ha cambiado,

y amargura del sueño que murió.

Sur, paredón y después…

Sur, una luz de almacén…

Ya nunca me verás como me vieras

recostado en la vidriera y esperándote.

Ya nunca alumbraré con las estrellas

nuestras marchas sin querellas

por las noches de Pompeya,

las calles y las lunas suburbanas

y mi amor en tu ventana,

todo a muerto, ya lo sé.

En la esquina de San Juan y Boedo, en frente del café Sur, al que se refiere la canción y que se ha convertido en una pecera publicitaria de seven-up, está el café show Esquina Homero Manzzi. Allí fui a parar yo ese día. Un café con dos medias lunas, único menú a la mano de un estudiante turista, me ayudó a fijar la imagen del café en la retina y en el paladar –tenía que reforzar de alguna manera la impresión-, y mientras jugaba con la taza del café reconocí, a pesar de mi ignorancia en el tema del solfeo, la inscripción de la taza; En tinta negra, bellamente dibujada, estaba la partitura de la primera parte de la línea de la voz de Sur, con la firma de Manzzi. Me maldije una y mil veces por no andar con dinero a la mano para estos casos y me fui con la idea de volver luego para comprar como fuese la taza para mi amigo Luis.

Al día siguiente, con dos chicos argentinos que conocí por accidente en El fin del mundo, en San Telmo, me dirigí a la esquina a comprar la dichosa taza.

Lo que aún no entiendo es el afán del taxista en cruzar como una tromba la esquina de San Juan, cuando en esa dirección, bajando por Boedo, no hay que cruzar San Juan, la entrada del café esta justo antes, junto a la entrada del Subte. Misterios porteños que nunca descifraré.

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