lunes, 6 de agosto de 2007

Capitulo IX. De donde estoy, de donde he estado.

La casa no mide más o menos de lo necesario. Es una pequeña construcción de paredes caprichosas a manera de cabaña. Dos plantas, la segunda con alfombra y un pequeño aparato que debe hacer las veces de calefacción pero que funciona haciendo un ruido estridente.

Rodeada de perros de carretera -no callejeros- y negocios para deportistas intrépidos La Calera se ha convertido en mi santuario de letras vagas y jornadas eternas de películas que subsanan cierta ignorancia temporal (o así lo espero, recordando al poeta García Madero).
Llevo poco menos de una semana aquí, entregado a la labor de reanimar en mí la escritura como modus vivendi. Realmente nunca he vivido de la escritura pero… ¡Dios proveerá! (con dedo señalando al cielo).
Vine a para aquí por cuestiones de amistad, por necesidad. Luego del incidente porteño y antes de asumir de nuevo la vida en Medellín era necesaria una ruptura, si no climática (pasé del invierno al páramo) por lo menos espiritual; este era el lugar perfecto y Gustavo el cómplice necesario.

Creo que no tiene nombre la casa. Antes de marcharme me encargaré de tenerle al menos un apodo.

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